Alivio, a pesar de todo.

Es llamativo comprobar como incluso en penosas circunstancias existen detalles en principio irrelevantes que nos proporcionan fuerza, esperanza, o coraje para superarlas. O nos consuelan de alguna manera, o nos hacen sentir alivio, o suponen una vía puntual de escape. O bien todo a la vez.
Esta es la vista que se observa desde la habitación de hospital en la que hemos pasado estos últimos veinte días. Cuando amanecía, el sol, poco a poco, dejaba al descubierto la cúpula de la iglesia que finalmente se erguía como si acabara de levantarse de un merecido descanso tras un día de impertérrita postura de vigilancia de todo lo que aconteciera enderredor. Más tarde, a la puesta de sol, su sombra se alargaba hacia nosotros como queriendo dar una última ronda de observación y desearnos un feliz descanso hasta el día venidero en que volvería a cuidar de todos los que bajo su jurisdicción nos hallábamos. Quizás nada de ésto sea cierto, y realmente no tenga asignada esa labor o ninguna otra nuestra querida cúpula, pero nos agradaba su compañía; y hay pocas cosas más importantes que esa, ¿no?